Distorsiones

"It is far more difficult to murder a phantom than a reality." 
-Virginia Woolf
La barrera que ponemos entre nosotros y la realidad, cargada de expectativas mal fundamentadas de lo que debemos ser y de cómo debemos vernos, genera una distorsión en la percepción de nuestro físico. Nos condena a una constante insatisfacción y nos lleva a crear un ideal de belleza propio, cambiante y amplio, en el que aparentemente nunca podemos encajar.
Este proyecto busca retratar esas distorsiones y unir las voces de 8 mujeres, en una misma, para indagar en la presión que ponemos sobre nuestra imagen y nuestro cuerpo.

Aparece frente a mí una silueta conocida y de manera paulatina revela un rostro familiar, el cual con cada encuentro se ve diferente, adquiriendo un nuevo detalle o un nuevo defecto. Sobre esta figura se sobrepone otra, ligeramente similar pero mejorada, que también es cambiante y me funciona como un estándar, un molde en el que debo lograr que la primera persona, quien realmente soy, encaje.
Cuando tomo un poco de consciencia frente a mi reflejo, logro identificar una capa delgada entre la realidad y mi percepción, que las separa y lo distorsiona todo. Esta distorsión es difícil de ignorar y se presenta con tanta frecuencia, que la compro como una certeza.
Mirarme al espejo es un reto, jamás he dado por sentada mi propia imagen, sigo sin acostumbrarme a ella. Cada contacto resulta en una ardua apreciación crítica, dando lugar a una voz interna, la cual recalca todos mis defectos, todas las áreas de oportunidad que puedo y por ende debo de trabajar para aceptarme, para ser mi mejor versión, y finalmente alcanzar esa meta imposible que está en eterna evolución.
Mis expectativas se han ido alimentando, tanto de los estímulos que me rodean, como de mis propias inseguridades. Me construyo a partir de una infinidad de elementos, llevando a cada encuentro con mi reflejo a distorsionarse aún más. Y aunque en el fondo sé que debo aceptarme como soy, que mi valor radica en tantas cosas más, siempre vuelvo a este círculo vicioso, interminable y sumamente agotador. Que me encierra y me obliga a percibirme como un pedazo de piedra que aún debe esculpirse para alcanzar la perfección.
Vivo en una era con una dimensión paralela en donde existo como una imagen que lo es prácticamente todo, en donde el contenido es escaso, vacío, maleable. Ahí, el ruido no se detiene y la comparación es una constante que día con día aumenta el tamaño de mis inseguridades. Esto, junto a las posibilidades que el mundo pone a mi alcance, lleva a ese ideal a no ser tan inalcanzable, lo transforma en un tema de decisión, de autocontrol.
Al verme, es inevitable escuchar esos comentarios, casi fantasmas, que me han acompañado a lo largo de mi vida, definiendo lo que debo de buscar en cuanto a mi apariencia. Esas palabras que marcaron una puntada en mi interior y me persiguen, influyendo en cómo me siento conmigo misma, obligándome a estar demasiado consciente de cada pequeño movimiento, de cada milímetro de mi cuerpo. Y es porque nunca sabré cómo me ve el otro, que esas breves observaciones cobran un sentido diferente, pues funcionan como una ventana a lo que aparenta la generalidad de cómo soy percibida. Esos comentarios silenciosos me sirven como espejo, se transforman en una regla, en mi propio estándar.
Mientras me observo, irremediablemente siento una fuerza que me mueve a hacer cosas para encajar mejor con ese molde que me impongo a mi misma. A ponerme objetivos imposibles, generando una presión infinita. Ya he normalizado la culpa, castigándome por no cumplir con mis objetivos, eventualmente llevando el remordimiento al borde de la obsesión.
Y es cuando ya no puedo más, que la única salida viable es cubrirme para evitar que otros me vean. De esa forma, mi cuerpo se convierte en un refugio que me protege del otro, encogiéndose para pasar desapercibido. En este escondite me siento más segura, ahí no le doy a nadie el poder de juzgarme, ni la posibilidad de medirme con su estándar, aunque como consecuencia me haga desaparecer.
Sigo observándome, consciente de la presión con la que carga mi mirada, pero repentinamente noto un cambio, algo que hace este encuentro diferente a los demás. Esta vez hago un esfuerzo inmenso para no dejarme llevar por la corriente de mis pensamientos, por esa voz que me insiste que debo mejorar. Llegué al borde del cansancio por verme y no gustarme, es por eso que decido callar ese ruido y abordarme desde un lugar diferente.
Estoy aprendiendo que para que me guste lo que veo, debe de gustarme lo que soy. Que habito en mi cuerpo pero soy mucho más que él. Poco a poco voy soltando el peso de mi desagrado, deteniendo la constante transformación de mi propio ideal, encontrándome a mi misma. Así, las partes que me disgustan se hacen mas pequeñas, así aprendo a aceptarme, a quererme.
Entonces, en esta ocasión sostengo la mirada por un periodo largo de tiempo. Es difícil, pero mientras más me observo, la distorsión se va disipando, mi figura toma una forma más clara y definida, más real. Después de un momento, finalmente me veo como todo lo que soy, sin distancia, sin ideales, sin moldes que llenar. Y es en ese instante donde me libero, respiro, y me preparo para seguir.
Gracias a todas las que me permitieron retratar sus distorsiones.
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